>

>

>

Las máquinas

Las máquinas

Llegó el día en que la rueda hidráulica, que aprovechaba la fuerza de las corrientes de agua, no fue suficiente para mover las hilanderías ni los molinos. El hombre quería algo más efectivo, que no dependiera del variante caudal de las aguas para tener energía.

Apareció entonces la máquina que convertía la fuerza del vapor en energía motriz: la máquina de vapor. Lo que hizo el ingenio del hombre fue darle una salida controlada a la presión del vapor generado al hervir agua en recipientes herméticamente cerrados.

Es el mismo principio que hace girar la válvula de una olla a presión. En un comienzo, el combustible usado para hervir el agua fue la leña. Le siguieron el carbón, el petróleo y la energía nuclear.

La máquina se fue perfeccionando hasta que en 1790 el escocés James Watt la hizo más rápida y eficiente usando el famoso pistón de vapor. Podía impulsar varias máquinas mediante correas de trasmisión.

Los dueños de las hilanderías usaron de inmediato la nueva tecnología. Se les acabó la obligación de estar a orillas de los ríos.

Las primeras máquinas de vapor fueron ideales para la minería, pues con ellas se bombeó el agua que estorbaba el trabajo en los socavones.

 

Producir más y más rápido

La máquina de vapor puso el mundo patas arriba.Trajo lo que se conoció como la Revolución Industrial: la producción en grandes cantidades. Miles de campesinos salieron de sus labores en el campo y se ubicaron alrededor de las primeras fábricas.

Poco a poco, como todo en la larga historia del hombre, telas, calzado, vajillas, muebles, empezaron a dejar de ser hechos a mano, uno a uno, en los talleres de los artesanos.

Con las máquinas, movidas por el vapor de las calderas, todo pasó a ser fabricado con gran rapidez. Surgió la clase obrera, la jornada laboral de más de 12 horas, seis días a la semana, y aparecieron también sus reclamos y protestas. Las primeras, contra las mismas máquinas: estaban robando el trabajo a los artesanos.

La producción de hierro y acero, con un método más rápido y más económico, fue también motor de este revolcón.

A la par con la nueva máquina, James Francis inventó las turbinas. Lo hizo para aprovechar al máximo la energía del vapor o de las corrientes de agua. La turbina es una rueda con aspas que gira con el paso de un gas o un líquido. Con ellas se empezó a aprovechar mejor la energía de las caídas de agua. La misma técnica que hoy se usa en las hidroeléctricas para generar electricidad.

Esta forma de producir en grandes cantidades provocó desajustes. ¿Cómo llevar tantos productos al mercado? ¿Cómo llevar a las fábricas las materias primas y el carbón necesario para mantener prendidas las calderas? Resultaba urgente mejorar los medios de transporte.

Y fue en una mina de carbón, donde el inglés Richard Trevithick tuvo una idea brillante. Un día, mirando cómo los mineros jalaban y empujaban sus vagonetas repletas de mineral sobre rieles de hierro se dijo: “¿y si les engancho una máquina de vapor?”. Y así lo hizo.

En 1804, una máquina de vapor arrastró 10 toneladas del mineral y 70 hombres sobre una vía de 15 kilómetros. ¡Rodó la locomotora! ¡Nació el tren!

Al poco tiempo, los trenes reemplazaron a las diligencias, esos coches tirados por caballos como los del lejano Oeste americano, en los que, al final, los pasajeros se asomaban al paisaje a través de ventanas de cristal. Viajaban a 16 kilómetros por hora en largos y agotadores recorridos.

En 1880, la red básica europea de ferrocarriles estaba ya completa. Con el tren se superó la velocidad del caballo. Pronto se llegó a los 80 kilómetros por hora.

No fue fácil adaptarse al cambio. Algunos pesimistas presagiaban que este aparato asustaría a la gente si le daba por pasar por los pueblos. Otros aseguraban que, al cruzar por los campos, las vacas dejaban de dar leche por el susto que les provocaba el ruidoso vehículo.

El vapor también sirvió para empujar los barcos por ríos, canales, mares y océanos. Por fin los viajes en el mar dejaron de depender de los vientos. Por fin se podía saber de antemano a qué hora salía un buque de un puerto europeo y cuándo, si no ocurría un imprevisto, podría llegar a costas de América. Se establecieron horarios para viajes que antes iban al capricho de los vientos.

 

¿Qué será esto que llaman fábricas?

A comienzos del siglo XX, los sábados, los habitantes de Medellín hacían cola frente a la fábrica textil de Bello–Antioquia. Pagaban una boleta de cincuenta centavos y entraban llenos de curiosidad. Querían saber qué era eso que llamaban fábricas y tenía a todo mundo alborotado. Era una fábrica a todo dar, con maquinaria importada de Inglaterra, un gran edificio que albergaba 2.640 husos, 102 telares, instalaciones hidráulicas y motores eléctricos donde trabajaban 150 obreros.

En diciembre de 1908, siguiendo el modelo implantado en Bello, nació Coltejer. La inauguró a distancia el entonces presidente Rafael Reyes. Desde Bogotá, y por los hilos del telégrafo, viajó la orden que puso en acción los telares mecánicos.

Esta inauguración, escribieron los periodistas de entonces, “tuvo las dimensiones de un prodigio”. No era para menos. De la energía hidráulica a la máquina de vapor, y luego el brinco de ésta a la máquina de energía eléctrica. Todo fue muy rápido.

En Colombia, el café, la minería y la agricultura impulsaron el paso de la producción artesanal a la industrial. Se necesitaban trilladoras, despulpadoras, molinos, ruedas Pelton, prensas y trapiches, arados y azadones.

Pero fue un tránsito con altibajos. Las guerras que se encadenaron unas con otras en el siglo XIX y las crisis económicas interrumpieron este desarrollo. Las máquinas eran fundidas para hacer armas cada vez que empezaba una nueva revuelta. La paz, terminada la Guerra de los Mil Días en 1902, trajo deseos de modernidad. Fue un proceso lento.

Contenidos relacionados:

Compartir