En el pueblo de los desanas ―hijos del viento―, en el Vaupés, se cuenta que al principio solo existían dos gemelos: el Sol y la Luna. El Sol creó el universo y, con el poder de su luz amarilla, le dio vida y estabilidad. Desde su morada, bañada de reflejos amarillos, el Sol hizo la Tierra, con sus selvas y ríos, sus animales y sus plantas. Por encima de ese mundo rojo que es nuestra Tierra, el Sol creó la Vía Láctea, una gran corriente espumosa y azul que sale de Axpikon-diá por la que corren los grandes vientos. Es la región intermedia entre el poder amarillo del Sol y el mundo rojo de la Tierra. Es una zona peligrosa, porque es allí donde la gente se comunica con el mundo invisible y con los espíritus.