(Anorí, Antioquia, 1899 – Medellín, 1984)
“Hay que llenar las paredes con la palpitación de la realidad colombiana…”.
Pedro Nel fue el sexto de los ocho hijos de Jesús Gómez y María Luisa Agudelo, quienes tuvieron que desplazarse al municipio de Itagüí a causa de las ideas políticas que defendía el padre. Este hecho marcó al artista a pesar de haber ocurrido cuando estaba muy pequeño. Así lo registró en su autobiografía: “Desde niño me inquietaron las numerosas guerras civiles de nuestra historia, comentadas por mi padre, que había sufrido en la terrible guerra de los Mil Días”.
Su vocación por el dibujo y la pintura empezó desde muy temprano, al imitar a sus hermanos mayores, que estudiaban Ingeniería y debían hacer planos. Se sentaba junto a ellos con sus lápices y dibujaba lo que veía alrededor. Le gustaban tanto que incluso le escribió una carta a su padre diciéndole que no quería volver al colegio, pues allí le enseñaban de todo y él solo quería aprender a pintar. “Pero yo sí entro si me dan el sábado libre para pintar”, le prometió.
Los registros de sus primeras pinturas son de cuando tenía 11 años y se asemejaban a las tarjetas que los niños les hacen a sus familiares. Las suyas evidenciaban la cercanía con hermanos, tíos y abuelos; también con el campo y la minería, actividad que luego se volvería un tema principal en sus obras, porque las minas lo acercaron a los mitos populares, a los esfuerzos del trabajo manual y, en general, a las dificultades de los campesinos, obsesiones que lo acompañarían durante toda su vida artística.
Convencido de que la pintura era su vocación, volvió a hacer un pacto con sus padres, quienes temían por la incertidumbre económica de esa profesión. Les prometió estudiar Ingeniería Civil en la Escuela de Minas de Medellín si a la par podía recibir lecciones de pintura en el Instituto de Bellas Artes.
Terminados sus estudios, viajó a Europa, donde adquirió más conocimientos técnicos para perfeccionar su arte y se dio cuenta de que allí la historia, la política y la cultura eran protagonistas en cuadros y esculturas, los cuales, además, tomaban una postura crítica frente a estas. Allí entendió que el arte no es un hecho aislado, sino que forma parte de todos los ámbitos del hombre.
Volvió a Colombia casado con una italiana llamada Giuliana Scalaberni, quien fue durante 40 años compañera y cómplice de sus ideas intelectuales y revolucionarias. También regresó con un propósito claro: crear un arte nuevo, un arte preocupado por lo nacional, con características universales y a la vista de todos; por eso, la pintura mural al fresco era perfecta al ofrecer la posibilidad de plasmar imágenes en grandes dimensiones y en espacios públicos emblemáticos. “El mural abre ante los ojos del pueblo una página en la que puede leer todos los días, aun sin percatarse”, decía Gómez.
En 1935 inició un conjunto de murales en el Palacio Municipal de Medellín, hoy Museo de Antioquia; fueron los primeros elaborados en Colombia y sus títulos evidencian las preocupaciones del maestro: La mesa vacía del niño hambriento, El matriarcado, Homenaje al trabajo, La danza del café, El minero muerto, y Las fuerzas migratorias. En ellos retrata las realidades sociales del país y propone una nueva forma de ver al hombre y sus conflictos.
La aceptación de estas obras estuvo dividida, pues rompían con una tradición en la que primaban las imágenes agradables y bonitas. Estas, en cambio, eran feas a los ojos del público porque los cuerpos eran deformes y los colores eran planos y muy oscuros. Además, en algunos murales, como Las fuerzas migratorias, aparecían figuras desnudas, consideradas inmorales; tanto así que el entonces alcalde de la ciudad las mandó a cubrir inmediatamente.
Pedro Nel Gómez, sin embargo, no renunció a su propósito; consciente de que el arte necesita paciencia y resistencia, empezó otro ambicioso proyecto: la construcción, en el barrio Aranjuez, de su Casa Museo, lugar en el que se instalaría con su esposa y ocho hijos, y donde continuaría con su actividad artística y docente. Allí dio clases de acuarela a la futura artista Débora Arango, quien continuaría con su legado. Precisamente, uno de sus grandes aportes fue darle a la acuarela valor y autonomía, pues hasta entonces se la consideraba como una simple técnica auxiliar de la ingeniería y la arquitectura.
El maestro Pedro Nel también dirigió la construcción de los edificios de la Escuela de Minas de Medellín y de la Facultad de Química de la Universidad de Antioquia; fue fundador de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, sede Medellín; elaboró los planos del Cementerio Universal y la planificación del barrio Laureles, uno de los más tradicionales de la ciudad. En su faceta como urbanista, demostró la importancia de pensar los espacios de la ciudad según sus cambiantes necesidades.
A lo largo de sus 84 años de vida recibió numerosas distinciones. Pero, sin lugar a dudas, el mayor legado que le dejó al país fue en el campo artístico: no solo logró dominar con maestría diversos oficios y técnicas, compartidos generosamente con sus alumnos, sino que abrió los ojos y se percató de la realidad que tenía en frente para luego hacerla visible a los demás con el fin de cambiarla. Algunos lo tildaron de soberbio, pero lo suyo era más bien una empecinada pasión y lealtad a sus principios. En sus palabras: “Así vine a esta vida, con una voluntad férrea ligada a una paciente confianza, herencia de padres, abuelos y más lejanas personas habitantes de estos monumentales Andes, de estas selvas tropicales, increíbles y salvajes, al ineludible mestizaje, tal vez mi razón de ser artística”.
(Ilustración: Carolina Bernal C.)