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¿Por qué los sapos no tienen cola?

¿Por qué los sapos no tienen cola?

¿Por qué los sapos no tienen cola?

Región Andina.

Mito Chamí.

“Una gran fiesta en el cielo había; como el sapo alas no tenía al gallinazo engañó alado para que al cielo lo llevara”.

 

De origen2

 

El sapo llevaba muchos días maquinando para encontrar la manera de asistir a la fiesta celestial, pero cada idea era peor que la anterior. Después de mucho pensar y pensar, se le ocurrió un plan. Todos los animales debían aportar algo para la fiesta y él no podía ser la excepción, así que preparó un costalito con algunas cosas y le dijo a su esposa que cuando llegara el gallinazo se lo entregara. Después se fue a casa del gallinazo y le pidió el favor de recoger el paquete y llevarlo a la fiesta: él no podía ir, pero de todas formas enviaba su contribución.

El gallinazo aceptó. Se pusieron de acuerdo en la hora y el sapo se fue muy contento. Al llegar a su casa, se metió en el costalito y se quedó ahí, callado, esperando a que llegara el gallinazo a recogerlo.

Éste llegó a la hora convenida, saludó a la señora rana, que le entregó la mochilita, se despidió y echó a volar. Subió, dando vueltas y más vueltas, y cuando estaba bien alto, muy cerca del cielo, dijo, sin saber lo que llevaba en el paquete: “¡Menos mal que no vino el chismoso del sapo! No hay fiesta en la que no esté hable que te hable: una vez empieza, no hay modo de pararlo”.

Entonces el sapo, desde el fondo de la mochila, dijo: “¡Aquí estoy, amigo! ¡Aquí estoy!”. Al oír la conocida y fea voz, el gallinazo hizo un gesto de desagrado, pero como ya estaba a las puertas del cielo no tuvo más remedio que terminar su viaje y llevar al indeseable a la fiesta.

La celebración fue muy agradable y todos se divirtieron mucho; el sapo, desde luego, no desaprovechó la oportunidad para echar sus habladurías aquí y allá y regar uno que otro chisme. Las cosas buenas, sin embargo, no duran, y el sapo, viendo que ya no faltaba mucho para tener que regresar a casa, empezó a darle trago al gallinazo para que no se diera cuenta de que lo llevaba otra vez. El gallinazo, ya medio borracho, no advirtió cuando el sapo se le trepó encima, y echó a volar.

Una vez más, dio vueltas y vueltas, bajando de a poquitos. Cuando ya estaba cerca del suelo, dijo: “¡Qué bueno! Por fin me libré del estorboso sapo, que a estas horas debe estar allá arriba viendo cómo hace para devolverse”. Y el sapo le gritó desde su espalda, donde estaba prendido como una garrapata: “¡Aquí estoy, compadre!”.

El gallinazo se puso furioso y empezó a hacer piruetas y a sacudirse, para hacer caer al sapo. Éste iba muerto del susto. Cuando creyó que estaba bien bajito, vio una piedra, que le pareció chiquita, y resolvió tirarse para evitar males mayores. Cayó sobre la piedra y se pegó tan duro que se quedó sin cola. Lamentándose de su suerte, juró que nunca más iría a una fiesta en el cielo. Desde entonces, los sapos no tienen cola y se la pasan cantando en las lagunas.

 

Mauricio Galindo Caballero.

Publicado en: Mitos y leyendas de Colombia: tradición oral indígena y campesina.

Bogotá. Intermedio Editores, 2003.

Ilustraciones: Alejandra Estrada.

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