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Primeros poblados de Antioquia

Primeros poblados de Antioquia

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Los primeros pueblos de Antioquia nacieron cerca de los ríos y lugares ricos en oro. La primera ciudad fue Santa Fe de Antioquia, que creció a la sombra del cerro Buriticá, donde centraron su interés los conquistadores españoles. Con el oro de este cerro hacían sus joyas los Quimbayas y los Zenúes.

Es que la sociedad antioqueña giró alrededor de la actividad minera hasta bien entrado el siglo XIX. Remedios, Cáceres, Zaragoza, Santa Rosa de Osos, Arma, nacieron por el oro. Se encontraba una nueva mina y negociantes y patronos españoles se instalaban allí con sus cuadrillas de esclavos.

Las tierras de los valles alrededor de Santa Fe de Antioquia se entregaban como regalo a los conquistadores y a los descendientes mestizos, en reconocimiento a los servicios prestados a la Corona española. Se llamaban concesiones y los títulos se heredaban. Cuando estas tierras, de tanto dividirse, no alcanzaron a brindar sustento a las familias, oleadas de campesinos salieron a buscar tierras nuevas.

 

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Unos formaron aldeas en terrenos dados en concesión. Así nacieron Abejorral, Sonsón, Manizales. Otros ocuparon tierras baldías y organizaron colonias agrícolas, donde cada familia recibía un lote urbano y una finca de tamaño según su capacidad de trabajo. Así nacieron San Carlos, Yarumal, Carolina y Don Matías.

Hasta 1826, Santa Fe de Antioquia fue la capital de la provincia. Luego pasó a serlo Medellín, que había sido fundada el 2 de noviembre de 1675 como la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín. Se llamó así en honor al conde de Medellín, natural de Extremadura, España.

La conquista del sur y del suroeste:  la ruta del café

Los mineros eran hombres sin amarras. Se echaban un tercio de víveres y la batea al hombro y corrían al sitio donde se rumoraba que había un nuevo filón. Estos hombres valientes jalonaron la colonización antioqueña. Los sonsoneños y los habitantes de Abejorral empezaron a soñar con las tierras del otro lado de la Cordillera Central. Se aventuraron siguiendo su espinazo y, uno a uno, aparecieron en el mapa, como colgados de la montaña, Aguadas, Pácora, Aranzazu, Neira, Salamina y Manizales, entre otros.

Otros cruzaron la cordillera y caminaron por su cara oriental. En sus arrugas crearon Pensilvania y llegaron hasta Líbano, en el Tolima.

Cuando escuchaba hablar de esta empresa colonizadora, Fulano de Tal imaginaba una fila de hombres, mujeres, niños, mulas y carretas haciendo equilibrio por desfiladeros y hondonadas. Avanzaron a lado y lado abrazando la Cordillera Central.

La ocupación de lo que hoy es Quindío fue rápida. Cuatro atractivas razones impulsaron este poblamiento: caucho, oro, buen precio para los cerdos y refugio para huir de las guerras civiles. Armenia, Circacia y Montenegro fueron dominadas por la guaquería en los primeros años. Cuando avanzó la colonización, el café se convirtió en el cultivo amo y señor de las nuevas tierras domesticadas.

Y más allá del Cauca

Hasta 1835 se decía que el desierto comenzaba en Caldas. Era el lugar poblado que estaba más al sur de Medellín. Nadie se atrevía a seguir más allá, a unas tierras abandonadas desde el exterminio Quimbaya. Temían, además, a las “calenturas del Cauca”, como llamaban muchos a las fiebres que se contraían en esas tierras solitarias.

La construcción del camino de Caramanta abrió el horizonte. Muchos de los que trabajaron abriéndole paso recibieron como pago un pedazo de tierra. Crearon poblaciones y sacaron tiempo para la guaquería. Hombres de ruana, alpargatas, con su carriel colgado al hombro y en la cintura el machete, mezclaban su trabajo en el campo con la búsqueda de sepulturas indígenas. ‘Sepultiar’, llamaban a este oficio. El cultivo del café los ató finalmente a sus parcelas.

En 1852, cuando se distribuyeron las tierras para lo que hoy es Andes, 434 antioqueños, de los cuales 13 pertenecían a la cultura Embera–Chamíes, descuajadores de montaña, recibieron su solar. De allí siguió la colonización que bajó hasta Anserma, en Caldas.

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