La abuela de Kathia Klerers era una excelente bordadora y su fama se había extendido por Lorica y todo el bajo Sinú. Pachita Klerers, su mamá, era también una modista reconocida de Cartagena. Para Kathia, las telas, las agujas y los ovillos hacían parte del paisaje de su infancia, y bordar y hacer vestidos era un arte que le resultaba natural.
A lo largo de todos los años que lleva como costurera sus clientas han ido a buscarla en los momentos claves de la vida, como la primera comunión, el cumplir quince y los matrimonios. Cuando entran a su taller les pregunta cómo se sueñan su vestido, y según lo que ellas quieran les hace uno largo o corto, escotado o más recatado. Algunas, incluso, le hacen encargos de urgencia por teléfono, y recurre entonces al cuadernito donde guarda todas las medidas que ha tomado y en cuestión de horas logra producir faldas y camisas con recamados y arandeles.
No todas sus clientas tienen afán. Desde 1989, tiene una clienta que es paciente y de la cual conserva intactas todas sus medidas: la virgen María. La costumbre de hacer su guardaropa nació el día que Kathia le hizo la promesa a María Auxiliadora de hacerle los vestidos a cambio de que aliviara la enfermedad de su hijo recién nacido. Desde entonces, todos los años entra al espacio reservado donde la virgen se encuentra para volverla a engalanar.
En los treinta años que lleva cosiendo ha visto pasar muchas modas, ha visto crecer a sus clientas, y la vida le ha dado mucha tela para cortar.