Tan a destiempo llega el que va demasiado deprisa,
como el que se retrasa demasiado.
William Shakespeare
En la vida lo importante no es necesariamente ser el más rápido. No se trata de ganar ni de perder, sino de encontrar nuestra propia manera de hacer las cosas, de ir a nuestro propio ritmo y de saber aprovechar nuestras capacidades y el tiempo que tenemos.
En el mundo en que vivimos reina el afán. Ahora todo es rápido y a las carreras. Vivimos en un mundo cambiante y hay que estar atentos para saber interpretar cuándo es importante ir rápido, y cuándo valdría la pena ir despacio.
La respuesta, como siempre, es relativa, y depende de nuestra manera de ser, de nuestros sueños e intereses. Si somos deportistas, por ejemplo, y desde pequeños nos gusta correr, y soñamos con representar a nuestro país en los Juegos Olímpicos, lo mejor que podemos hacer es entrenar, ir cada día más rápido, para ser más veloces que nuestros competidores. Al contrario, si lo que más nos gusta en la vida es echarnos bocarriba a contemplar las estrellas para dejarnos seducir por los misterios del universo y la naturaleza, y soñamos con llegar a ser científicos, lo más probable es que tengamos que aprender a quedarnos quietos y a observar atentamente.
Para encontrar un mejor equilibrio en su preparación, es necesario que el joven atleta haga ejercicios de relajación y de concentración de la mente: la velocidad está en sus piernas, pero la fortaleza estará en su mente. Del mismo modo es necesario que el joven que sueña con ser científico ejercite su cuerpo y haga largas y extenuantes caminatas para explorar la naturaleza, y también que ejercite su mente para resistir muchas horas de concentración en el laboratorio procesando información recolectada en campo: la velocidad está en su mente, y la fortaleza en su cuerpo.
En el mundo animal también hay verdaderos atletas, como el guepardo, que utiliza su velocidad para cazar a sus presas; y aves rapaces como el halcón, capaz de volar en picada a más de 320 kilómetros por hora cuando caza.
Pero también hay animales, como algunas tortugas y caracoles, que se mueven lentamente y para quienes la velocidad no parece ser una virtud. Cada especie tiene su propio ritmo y cada una, a su ritmo, hace parte de la maravillosa red de la vida.
Ya seamos seres de acción o seres contemplativos, atletas o científicos, artistas o agricultores, es vital que también encontremos nuestro propio ritmo y equilibrio, tanto cuando estamos solos, como cuando hacemos parte de un colectivo.
Es clave que aprendamos la importancia que tiene moverse rápido, cuando las circunstancias así lo exigen, y el valor de hacer un alto en el camino para reflexionar, meditar y contemplar lo que nos rodea.
En las extensas praderas africanas los grandes felinos morirían de hambre si no fuera por la velocidad que despliegan al correr tras sus ágiles presas. El guepardo es el más veloz de todos los animales terrestres, y es capaz de alcanzar los 104 kilómetros por hora corriendo tras una gacela que huye a grandes saltos tratando de salvarse.
El atleta Usain Bolt, ganador de 11 medallas olímpicas, logró correr 100 metros en 9,58 segundos. Si este gran corredor compitiera con un guepardo, que es capaz de recorrer esta misma distancia en solo 5,8 segundos, perdería de lejos, y nadie sería capaz de alcanzar a este animal para poner en su cuello la medalla de oro olímpico que merecería.
Los caracoles y su manera de andar sobre una pista de baba son el ejemplo perfecto de un animal lento. Entre ellos existe una especie conocida como caracoles neritina, que nacen en el mar y luego, mientras crecen, se desplazan en grandes grupos río arriba en contra de la corriente, reptando sobre las resbalosas piedras del fondo del río.
Son tan lentos, que para recorrer 100 metros, el equivalente a una cancha de fútbol, tardan 360 horas, es decir, 15 días.
A veces, cuando hay un terremoto en el fondo del océano, cuando cae un meteorito en el mar, o cuando la ladera de una montaña submarina se desliza hacia el abismo, se produce una sacudida de las aguas de tal intensidad que llega a formar olas monstruosas llamadas tsunamis.
Las olas de un tsunami pueden viajar miles de kilómetros a grandes velocidades, que a veces alcanzan los 800 kilómetros por hora, la misma velocidad a la que vuela un jet. En poco tiempo cruzan enormes distancias, que van de un continente a otro, y al llegar a alguna orilla revientan contra la costa y arrastran poblaciones enteras, causando grandes estragos.
Los glaciares son grandes masas de agua que se han formado a partir de nieve y hielo, compactados en bajas temperaturas. Estas masas cubren la tierra que hay cerca de los polos, y también la superficie de las altas montañas del planeta, y se mueven muy lentamente, unos pocos metros por año, y es tan imperceptible su movimiento que nos podemos parar encima de ellas, sin sentir su desplazamiento, como si fueran tierra firme. Los glaciares son tan pesados, que con su lento desplazamiento van cambiando la geografía del paisaje.
Esta ave rapaz, cuando va a la caza de otras aves, es capaz de elevarse a gran altura para dejarse caer abruptamente a velocidades que alcanzan más de 320 kilómetros por hora, con el fin de golpear a su presa o atraparla en pleno vuelo. Por eso se la considera el animal más veloz del planeta. Además, se ha descubierto que pueden volar más de 25.000 kilómetros por año; por esto reciben el nombre de peregrinos.
Debido a su velocidad ha sido utilizado por el hombre desde hace más de 3 mil años, para cazar conejos, zorros, aves y otros animales. En la Segunda Guerra Mundial se usaron para interceptar palomas mensajeras, y hoy en día se utilizan para ahuyentar a otras aves en los aeropuertos.
Los corales son animales que, por su apariencia, podrían confundirnos y hacernos pensar que son plantas. Cuando nacen, estos animales son muy pequeños y se dejan llevar por las corrientes del mar para colonizar otros lugares. Una vez encuentran las condiciones adecuadas para crecer, los corales jóvenes se pegan de una roca o del fondo del mar y no vuelven a desplazarse. Ellos construyen a su alrededor una especie de armadura de calcio que les sirve de protección, así como los caracoles.
Algunos corales pueden vivir durante siglos. ¿Te imaginas permanecer exactamente en el mismo lugar durante muchísimos años? Esto es precisamente lo que le ocurre a estos animales. La mayoría de los corales crece lentamente, algunos tardan más de un año para crecer tan solo 1 centímetro.