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Saber heredar

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A muchas personas les ha llegado su oficio por herencia. En Colombia existen familias y pueblos enteros de carpinteros, cesteros, tejedores, joyeros, cocineros, en las que todos sus integrantes martillan, enhebran, tejen, repujan y sazonan con naturalidad.

Para los hijos de los carpinteros, es normal el olor del aserrín. En las familias de alfareros todos trabajan el barro con la misma facilidad con que conversan, y en las comunidades de tejedores, todos, grandes y pequeños, hacen y deshacen los nudos sin ni siquiera mirar.

Así, de una generación a otra, artes y oficios se han mantenido en el tiempo y se han convertido para quienes los aprenden y ejercen en una manera de ganarse la vida, en motivo de orgullo y en una forma de vivir.

Pero esta herencia no es de hierro, y lo que se aprende cambia con el tiempo. Cada uno tiene la posibilidad de recibir las enseñanzas de sus padres y transformarlas poniéndole su estilo y adaptándolas a los nuevos tiempos.

El hermano mayor de una familia de tejedores decide llevar las mochilas que hacen sus padres a clientes que están mucho más lejos. El hijo mediano de una familia de alfareros pinta de nuevos colores los jarrones que le enseñaron a hacer sus padres. El menor de una familia de carpinteros consigue una nueva máquina para demorarse menos de lo que tardaban sus abuelos en producir una mesa de comedor.

Saber heredar es recibir y honrar la tradición que se recibe poniéndole un sello propio. Es entender que los hijos pueden darle impulso y nuevos estilos a lo que enseñan los padres porque lo típico, por más típico que sea, siempre puede mejorar. Así es como el ingenio de cada uno puede enriquecer el saber de la tradición.

Saber heredar es ponerle el alma a lo que se aprendió.

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