Nuestros abuelos sabían que los nacimientos de agua y las orillas de los ríos y quebradas debían protegerse cuidando los bosques nativos para que no faltara el agua en la finca.
Ellos conocían la relación estrecha que existe entre los árboles y la presencia de agua. Tenían razón, pues en la vegetación se realiza un pequeño ciclo que se inicia cuando los árboles reciben la lluvia en su follaje, amortiguando el golpe de las gotas para que no dañen el suelo. Luego conducen el agua de la lluvia por sus ramas y los canales de sus tallos y cortezas hasta el piso, donde las raíces la absorben y la hacen circular hasta las hojas, de donde sale hacia la superficie en forma de vapor o de neblina para llenar la atmósfera de humedad. Los árboles enamoran al agua para que haya lluvia.
Hay que cercar un espacio de tierra para evitar que entren los animales domésticos. El espacio protegido debe tener por lo menos cinco metros desde el agua hacia afuera y allí se debe dejar crecer la vegetación natural, espontáneamente, para que se encargue de conservar la humedad.
Este espacio de tierra también se puede enriquecer con la siembra de diversas plantas traídas de un bosque nativo, el cual podemos considerar como un vivero natural del cual extraeremos las especies que necesitamos para repoblar la zona que queremos recuperar con vegetación.
Es bueno sembrar árboles amigos del agua, como aliso, cajeto —que se llama también nacedero o quiebrabarrigo—, cachimbo o jaboncillo, búcaro o písamo, maco o zapote, mamey, sangregao, dinde o mora, sietecueros, guamo, algarrobo, caracolí, caucho, caoba, ceiba, palmas, sauces, guaduas, bambúes y chusques.
También se deben sembrar arbustos de hoja grande como los filodendros o balazos, las gúneras, el bore, los platanillos o heliconias y plantas rastreras de flores coloridas como las bella helenas o besitos de nuestros cafetales.