(Santo Domingo, Antioquia, 1858 – Medellín, 1940)
“La felicidad, por más que no lo creamos, no está afuera: está dentro de nosotros mismos, está en el alma”.
Dice la expresión popular que “todo niño viene con un pan bajo el brazo”, pero en el caso de Tomás Carrasquilla lo correcto sería decir que bajo su brazo venía un libro. El hábito de la lectura apareció muy temprano en su vida gracias al ejemplo de sus padres, un par de buenos lectores; su madre, Ecilda Naranjo, procuró transmitirle devoción y respeto por las letras. La influencia de los libros y el amor por el idioma español lo encaminaron desde muy joven a la que sería su vocación, la de ESCRITOR, en mayúsculas. De hecho, fue uno de los primeros en hacer de la escritura su oficio.
Carrasquilla, quien nació el 17 de enero de 1858 en Santo Domingo, pasó su infancia y parte de su adolescencia entre este municipio, ubicado al nordeste de Antioquia, y Concepción, otro pueblo del departamento en el que su padre solía trabajar. Allí observaba con detenimiento la labor de los trabajadores, sus costumbres y tradiciones. También su forma de hablar y cómo se relacionaban con las demás personas del pueblo, en quienes asimismo volcaba toda su curiosidad, y los analizaba detalladamente. Estas personas de carne y hueso serían, algunos años después, la inspiración para los personajes de sus cuentos y novelas.
A los 16 años viajó a Medellín para continuar con sus estudios. Primero ingresó al colegio preparatorio de la Universidad de Antioquia, donde aumentó sus lecturas y tuvo profesores que reforzaron su vocación literaria. Luego se matriculó en la carrera de Derecho, pero en 1877 estalló en el país una guerra civil, la cual ocasionó el cierre de la universidad y frustró sus planes de ser abogado. Sus opciones eran unirse a los liberales o a los conservadores, los dos bandos políticos que se enfrentaban, o volver a su pueblo. Prefirió lo segundo, pues la política no le interesaba.
A su regreso se empleó como sastre, como almacenista en una mina y hasta fue secretario de un juez, labores que combinaba con la escritura de textos en los que ya era evidente su singular estilo literario, el cual hacía de la vida cotidiana, aunque fuera la de un pequeño pueblo, el centro de la narración. Sus cuentos y novelas eran como él: honestos, críticos, llenos de vida; de una vida completamente real, la que lo rodeaba, aquella sobre la que no debía inventar, sino mirar en detalle, para poder captar el interior de las personas, tanto sus mejores cualidades como sus defectos más dañinos.
Afirmaba que esto debía hacerse utilizando las expresiones populares, sin importarle que sus críticos se escandalizaran por la forma de hablar de sus personajes, quienes usaban el tradicional léxico montañero. “Hablan como montañeros porque son montañeros”, decía Tomás Carrasquilla, y cambiar su manera de expresarse para darles más elegancia sería mentir. También se oponía a utilizar las tendencias europeas que se imponían como estilos literarios: “Esta mercancía con marca de fábrica extranjera no puede echar raíces en Colombia”, pensaba. Él sería el encargado de mostrar la identidad cultural y literaria de Antioquia gracias a la franqueza de sus escritos.
Y esto fue, precisamente, lo que hizo en 1890 cuando escribió el cuento “Simón el Mago”, en el que, además de hacer referencia a las supersticiones sobre brujas, duendes y espantos, comunes en los pueblos antioqueños, introdujo el imaginario afroamericano, hasta entonces inexplorado en las letras del departamento. Este texto generó gran debate en El Casino Literario, un grupo conformado por escritores y aficionados a la literatura, quienes, en su mayoría, decían que en Antioquia no había temas dignos de novelar.
Carrasquilla quiso demostrarles que esto no era cierto y empezó la escritura de la novela Frutos de mi tierra, que se publicó en 1896, en la cual narra las aventuras del joven Martín Gala y de la familia Alzate en un pequeño pueblo lleno, como era tradicional, de envidias, chismes y recelos. El escritor logró combinar en esta obra su mirada realista y crítica, su gran poder de observación y también su humor característico.
Un año más tarde escribió el cuento “En la diestra de Dios Padre”, en el que se ocupó de otro tema que le despertaba gran interés: la religión. El protagonista de este texto es Peralta, un hombre generoso y caritativo al que Jesús le concede los poderes necesarios para vencer al diablo y a la muerte, y después sube al cielo por lo bondadoso que fue.
En 1928 publicó una novela histórica llamada La marquesa de Yolombó, en la que contaba la historia de doña Bárbara Caballero, una mujer que rompió con las costumbres patriarcales de la época para hacer su propio camino, trabajando incluso en una mina de oro, en la cual consiguió su fortuna. En esta también describió en detalle las diferencias entre clases sociales, etnias y creencias a finales del siglo xviii.
Además de fomentar la literatura a través de sus escritos, Carrasquilla fundó en 1893, junto con su amigo Francisco Rendón, la biblioteca pública de Santo Domingo, a la que llamaron El Tercer Piso, y almacenaba casi 3000 libros que se podían sacar a manera de préstamo pagando un peso mensual. Allí había ejemplares de literatura inglesa, rusa, española, francesa e italiana. Aparte de ser fundador, era uno de los usuarios más fieles, leía alrededor de una docena de libros al mes.
En 1936, la Academia Colombiana de la Lengua le otorgó el Premio Nacional de Literatura y Ciencias por su obra Hace tiempos, compuesta por tres volúmenes, los cuales le dictó a un asistente porque entonces estaba casi ciego. Su envidiable memoria no lo abandonó en esos momentos en que la buena salud escaseaba; no solo recordaba con exactitud en qué parte iba de la historia que dictaba, sino cuál era su puntuación exacta y su ortografía.
Carrasquilla murió en 1940 tal y como lo había pronosticado: “Leyendo el libro de los muertos”. Sin embargo, decir que murió no es completamente cierto, pues el escritor de la antioqueñidad todavía vive en las más de 20 obras en las que logró captar una esencia universal en historias encerradas entre montañas.
(Ilustración: Carolina Bernal C.)