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Totó la Momposina

Totó la Momposina

La diva descalza

(Talaigua Nuevo, Bolívar, 1948)

“Hay que dedicarse a lo que tienes dentro: a lo que escuchaste, a lo que viste…”.

En el departamento de Bolívar, sobre el río Magdalena, está Mompós, una isla en la cual la música es una condición permanente. Cuando era niña, Sonia Bazanta Vives despertaba con el canto de los pájaros y en la noche se dormía con las gaitas que los imitaban. El ritmo de los tambores era el mismo de los remos de los pescadores rompiendo el agua. Cuando había fiestas, las cantadoras alzaban la mirada como invocando a sus ancestros y el fuego de las velas que izaban las mujeres durante el baile la atraía con fuerza. Nació el 15 de agosto de 1948 en Talaigua Nuevo, una pequeña población vecina a Mompós, en el río Magdalena, una región que quiso honrar con su nombre artístico.

Desde muy joven supo que la música era su vocación, algo que no sorprende dada la tradición musical de su familia. Su padre, zapatero de profesión, tocaba el tambor, práctica que se remonta a más de cinco generaciones, y su madre era bailarina y cantadora. Las cantadoras, explica, no solo se definen por la armonía de su voz; además, son mujeres que encarnan los saberes de su pueblo, tanto espirituales como prácticos. Llevar una casa, atender partos, conocer los mejores momentos para cultivar según las fases de la luna, identificar y usar las hierbas medicinales e interpretar las premoniciones son apenas algunos de ellos.

La violencia bipartidista, producto de la intolerancia entre liberales y conservadores, y por la cual su padre fue perseguido, obligó a su familia a mudarse, cuando era niña, primero a Barrancabermeja, luego a Villavicencio y finalmente a Bogotá. Una vez en la capital, fue discriminada por su color de piel y costumbres. Por fortuna, “la música es universal y no distingue razas, partidos políticos, religiones, clases o géneros”, dice. Desde entonces, se dispuso a revelar la diversidad cultural del país a través de la música, un lenguaje que todas las personas están en capacidad de sentir y entender.

Totó, como su padre la llamaba cariñosamente, un apodo que además suena como dos golpes de tambor, continuó cantando en reuniones familiares y fiestas callejeras, hasta que decidió asumir el canto de manera profesional. Muy pronto la potencia de su voz trascendió las fronteras colombianas y dio espectáculos en Europa, Asia, Latinoamérica y Estados Unidos.

“El río Magdalena es la columna vertebral de Colombia”, dice sin dudar. No solo es una zona rica en fauna y flora; la abundancia cultural es producto de la combinación de etnias que allí habitan. Originalmente ocupada por indígenas, fue colonizada por españoles alrededor de 1540 y luego tierra de asentamientos de los negros que huyeron de la esclavitud. De esta fusión provienen los ritmos que la mueven. La cumbia, la chalupa, el porro y el mapalé son los más representativos, pero no los únicos.

Con el objetivo de rescatar la música ancestral de la zona, Totó hizo un recorrido en canoa en compañía de Gloria Triana, una antropóloga con la que entabló una amistad que aún conserva, por los pueblos de la ribera del Magdalena. Juntas rastrearon ritmos, costumbres y letras asociadas a la música, en una labor histórica cuyo aporte al conjunto musical del país y el mundo es incalculable.

La cumbia es el resultado de estas mezclas. En ella, los ritmos africanos e indígenas se interpretan con los instrumentos propios de ambas culturas (el tambor, la gaita y la milla), y además incluyen el acordeón, de origen europeo, y las guitarras que trajeron los españoles. Cuando Totó cantó en el festival musical WOMAD, en Inglaterra, ante un público que palmeó al son de los tambores “Yo me llamo cumbia, yo soy la reina por donde voy, (…) yo nací en las bellas playas caribes de mi país, (…) yo soy colombiana, oh, tierra hermosa donde nací”, dejó claro que los ritmos locales tienen la capacidad de hacer vibrar al mundo entero. Lo mismo había ocurrido años atrás, cuando en 1982 acompañó a Gabriel García Márquez a recibir el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo. Allí, 2000 personas vestidas de gala sucumbieron a los encantos de esta mujer pequeña, pero de presencia enorme, vestida con los colores del Caribe y coronada por una flor roja.

El rojo, en efecto, es su color favorito. Su signo es Leo y por eso considera que es una mujer de fuego. Y es que sin duda enciende pasiones. Peter Gabriel, un famoso cantante, compositor y productor musical inglés, reconoció en ella esta cualidad y la invitó a grabar el álbum La candela viva, con el que Totó ha podido afianzar la idea de que los ritmos con identidad cultural pueden ser comerciales en el mundo entero: el disco fue un éxito. Además, otros artistas han reconocido su influencia incorporando en sus trabajos instrumentos y acordes nativos.

Vivió en Francia durante cuatro años, sin residencia fija. Allí siguió a los recolectores de uvas durante las vendimias, cantó en plazas y festivales, y hasta en el metro de París. Recuerda que la gente le tocaba el pelo, generoso y ensortijado, para comprobar si era real. Luego se inscribió en La Sorbona, una de las universidades más prestigiosas de Francia, y estudió Historia de la Música. Ha aprendido de la experiencia, pero también admite el valor de la formación académica. Todavía hoy tiene dos profesoras de técnica vocal que le enseñan a cuidar y trabajar su voz de soprano.

Su madre, una matriarca que llevó las riendas de la familia, siempre le recordó la responsabilidad que tiene de honrar a sus antepasados. Asimismo, le aconsejaba: “Hay que comportarse con altura, con fundamento”. Totó sabe que una artista verdadera le pone el alma a lo que hace, y por eso no puede tener capas oscuras: el orgullo, la mentira, los vicios y la arrogancia no caben en ella. Además, la enorgullece que sus hijos perpetúen la tradición familiar. Angélica María es bailarina, Eurídice, cantadora y Marco Vinicio, percusionista y director musical.

“El día que Colombia se apropie de su cultura, habremos comenzado un proceso”, dice cuando le preguntan si le queda algo por hacer. Sabe que el camino es largo, pero la autenticidad de su recorrido lo dice todo: “A donde fueres, haz lo que eres”.

 

(Ilustración: María Luisa Isaza G.)

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