Fernando Alonso (España)
Había una vez un perro que ladraba a la Luna. Pensaba que la Luna era el ojo de la noche.
Y la noche es la casa donde viven las sombras. Aquel perro tenía miedo de las sombras. Por eso ladraba y ladraba a la Luna. Para espantar a las sombras.
Al perro le dolía la garganta de tanto ladrar.
Pero estaba contento porque había conseguido librarse de su miedo a la noche y a las sombras.
Por eso, dio la espalda a la Luna y comenzó a alejarse.
El perro caminó y caminó hacia el lugar donde salía el Sol.
Y, después de un largo camino, llegó a una playa. Allí encontró a un perro que ladraba al mar.
Aquel perro pensaba que el mar, con sus oleajes y tempestades, sus monstruos y sus naufragios, era el lugar donde vivía el miedo.
Aquel perro temía al miedo. Y, por eso, ladraba al mar.
El perro que ladraba a la Luna unió sus ladridos a los del perro que ladraba al mar.
Porque él también tenía miedo del mar… ¡y del miedo!
Con la fuerza de sus ladridos, los dos perros consiguieron asustar al mar y al miedo.
Por eso, decidieron continuar su camino juntos.
Por eso, echaron a andar hacia donde nacía el Sol cada mañana.
Caminaron y caminaron hasta llegar a las puertas del desierto.
Y allí encontraron a un perro que ladraba al desierto.
Aquel perro pensaba que el desierto era la casa donde vivía la soledad.
Los dos perros comenzaron a ladrar al desierto; porque, también ellos, tenían miedo de la soledad.
Los tres perros ladraron y ladraron al desierto.
Hasta que consiguieron asustar a la soledad.
Entonces, echaron a andar juntos.
Y, juntos, se dirigieron hacia el horizonte, hacia donde salía el Sol; porque era allí donde se abrían las puertas del día.
Por el camino, los tres perros hablaron de sus alegrías y de sus tristezas.
Y, juntos, se rieron de las preocupaciones y de los miedos de aquella “vida perra” que llevaban.
De pronto, al doblar un recodo del sendero, se encontraron con un león.
Por el brillo acerado de sus ojos, supieron que el león había salido de cacería.
Los tres perros sabían que en las fauces del león vive la muerte.
Por eso, comenzaron a ladrar.
Ladraron mucho más fuerte que cuando ladraban a la noche, al mar y al desierto. Porque temían a la muerte mucho más que a las sombras, a la soledad y al miedo.
Al oír aquellos ladridos tan terribles, y al ver los seis ojos que brillaban en la oscuridad, el león dio media vuelta y se alejó en busca de otra presa más fácil.
La luz de la mañana comenzó a despuntar por el horizonte.
Y los tres perros lanzaron un aullido de alegría; porque descubrieron que, juntos, podían combatir todos los peligros.
Juntos habían ahuyentado al miedo, a las sombras y a la soledad.
Juntos se habían librado de la muerte. Y juntos, con sus ladridos, habían traído la luz de un nuevo día.
Por eso, decidieron que jamás se separarían.
A partir de aquel momento, nunca más volvieron a temer a la noche, a la soledad y al miedo.
A partir de aquel momento los tres perros solo ladraban a la Luna, al mar y al desierto una vez al año. Para celebrar el día en que se habían encontrado.
Y, a partir de aquel momento, comenzaron a vivir, juntos, una nueva vida.
(Ilustración: Carolina Bernal C.)