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Un norte claro

Un norte claro

Ángel Medardo Becerra

Duitama – Boyacá
Con trabajo, tezón y amor por la madera, este empresario ha sacado adelante su empresa Medarte. Hoy distribuye sus productos con la ayuda de la Promotora de Comercio Social.

 

Ángel Medardo Becerra aprendió de su padre y sus abuelos a hacer cucharas de madera. A los 19 años decidió independizarse y con dos amigos se internó en el monte (en Labranzagrande, Boyacá) a buscar la madera que necesitaban para fabricar cucharas y cucharones.

Monte adentro, los tres amigos trabajaban sin parar y mientras cortaban, aserraban y pulían la madera, repetían una y otra vez los mismos cuentos que ya sabían de memoria. Los domingos se daban un respiro, cocinaban y se iban a pescar.

Al final del mes llenaban un camión con la mercancía, y uno de los tres se encargaba de llevarla al pueblo y venderla. A su regreso traía el mercado para el mes y la plata de la venta. Cada tres meses, durante un día, Medardo tenía contacto con un mundo diferente al del monte, la madera y sus dos amigos.

En uno de esos días en los que Medardo salió al pueblo, pensó en su futuro y tomó la decisión de no gastarse to- das las ganancias. Compró entonces unas máquinas de carpintería, las guardó en la casa de su mamá y volvió de nuevo monte adentro.

Tiempo después se sintió cansado y solo. Soñaba con tener una mujer y un hijo, y decidió salir al mundo, seguir el ejemplo de su cuñado y hacerse albañil.

Duró apenas dos meses como empleado de la construcción, pero fue tiempo suficiente para darse cuenta de que le gustaba trabajar y hacer las cosas bien, y además entendió en qué consistía ser un buen empleado y un buen patrón.

Cuando terminó el contrato en la construcción, volvió a hacer cucharas, y pronto se le ocurrió la ingeniosa idea a hacer bateas y cucharitas en miniatura. Tuvo éxito. La demanda aumentó y los clientes le sugirieron que hiciera nuevos productos. Rescató entonces las máquinas que había comprado y rápidamente aprendió a usarlas.

Pronto necesitó ayuda y comenzó a enseñarles a los vecinos de su vereda pues necesitaba contar con personal bien preparado para poder cumplir con los pedidos de los clientes que iban en continuo aumento.

La vida le sonreía: se había forjado un nombre, los pedidos crecían y cada día le sacaba nuevas figuras a la madera. Pero tenía un problema: las mercancías que producía tenía que transportarlas al hombro o en burro desde la vereda hasta las ciudades donde estaban sus compradores.

Cuando conoció a su mujer, la misma que había soñado en el monte, decidió trasladarse a Duitama. Allí pudo realizar su sueño y fundar su carpintería a la que bautizó Medarte, y en la que hoy en día trabajan 23 empleados, a quienes trata muy bien, como un día le gustó que lo trataran a él.

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