Saúl Schkolnik (Chile)
Cuando en el pueblo se supo que un sobrino de don Timoteo, un muchacho que vivía en una ciudad al norte de África, le había enviado desde allí un camaleón de regalo, comenzaron las discusiones acerca del tema.
Lo primero que debo aclararles es que jamás, jamás, en Putrenco* habían visto un camaleón, ni siquiera habían oído hablar de él.
Don Timoteo fue hasta el correo con paso calmado, aunque ardía de ganas de ver de qué se trataba. Se dirigió hasta la oficina postal para retirar el paquete.
Recibió la caja de manos de la señorita encargada del correo y regresó a su casa, ahora rodeado por todos los vecinos.
Una vez allí tomó la caja en la cual venía el regalo y la depositó suavemente —en la caja decía “FRÁGIL”— en la mesa que estaba en el patio, bajo el parrón**. Miró la caja. Medía aproximadamente unos sesenta centímetros de largo, treinta de ancho y treinta de alto.
A una de sus nietas le llamaron la atención unos pequeños hoyos circulares.
—Mira, abuelo, hay unos hoyitos en la parte de delante de la caja.
Todos miraron los hoyos.
—Y aquí —descubrió otro nieto— dice que esta parte va para arriba.
—Bueno —se tranquilizó don Timoteo—, menos mal que coloqué la caja con esa parte para arriba.
—¿De qué se trata? —preguntó un vecino que acababa de llegar.
—Es mi sobrino Tomasito, el que vive en el norte de África, que me manda un camaleón de regalo.
—¿Un camaleón? —preguntó uno de los nietos de don Timoteo—. ¿Y qué es un camaleón, abuelo?
A don Timoteo no le gustaba parecer ignorante, y menos a los ojos de sus nietos.
—Mira, Maxi —le respondió—, este camaleón viene del África, así es que debe ser una cosa negra. Tú sabes que allí hay muchos negros… Tiene que ser algo que resista el calor. —Miró a su auditorio cada vez mayor—. Ustedes saben que allí hay un enorme desierto, mi sobrino me ha contado de él… Y, por supuesto —concluyó—, tiene que caber en una caja como esta.
Calló por unos momentos:
—¡Ya lo sé! —exclamó—. ¡Es la caja negra de un avión! Esa que se usa para averiguar por qué ocurrió un accidente.
Todos, alarmados, detuvieron su aliento. Fue la señora Dominga la que preguntó:
—¿Su sobrino tuvo un accidente?
—No, no —la tranquilizó don Timoteo—. Se lo habría contado en su última carta a sus padres. No —insistió— debe ser una caja negra que él encontró y me la manda, porque sabe que me gustan las cosas raras y él…
—Usted me va a perdonar, amigo —lo interrumpió la enfermera del pueblo o, como ella se hacía llamar, la “asistente médica”, ya que título de enfermera no tenía—, pero pienso que está equivocado.
Todos la miraron, ahora, a ella. A la asistente médica, muy aficionada a los crucigramas, le gustaba jugar con las palabras.
—Camaleón —murmuró—, camaleón. ¿Sabe, don Timoteo? El camaleón que viene en esta caja debe ser un tipo de cama plegable que tiene forma de león…
Pero entonces le entró la duda:
—¿O será un león plegado que tiene forma de cama?
Como en todo pueblo que se precie, en Putrenco había un pensador. Y como buen pensador, el señor Filomeno debía, así es, “debía” dar su opinión. Acercándose a la caja, colocó una mano sobre ella:
—Lo voy a pensar —dijo.
Cerró los ojos, como acostumbraba hacerlo cuando se enfrentaba a un problema difícil, y estuvo así unos momentos, mientras todos esperaban ansiosos su palabra; finalmente hizo un gesto ambiguo con el brazo, como señalando algún lugar desconocido, allá arriba, desde el cual le llegaba la inspiración, y comenzó a hablar:
—El camaleón es un arbusto de la familia de los camaeleos, que se caracteriza por tener largas hojas chatas de color morado, un tronco altibajo, flores blancas verdeazuladas y raíces que no requieren ser enterradas, pues no existen.
Claro que nadie —yo creo que ni siquiera él mismo— entendió, pero como era muy respetado en el pueblo, todos exclamaron al unísono con un “¡Ooohhh!” muy profundo.
—¡Es la caja negra de un avión! Esa que se usa para averiguar por qué ocurrió un accidente —insistió, un tanto molesto, don Timoteo.
—Es una cama plegable —porfió la asistente médica.
—Es un pequeño arbusto llamado “arbustivo camaeleos” —insistió el pensador, complementando su afirmación anterior.
—Una caja negra. Caja negra —recalcó don Timoteo.
Muy serio, el dueño de la panadería se adelantó hasta llegar junto a don Timoteo y, con voz que mostraba su superioridad, puntualizó:
—Perdón…, ¿ah?…, perdón, pero permítanme que yo les aclare algo que ustedes no parecen saber: la palabra “camaleón” deriva de la palabra “chamal”, que es un paño grande que usan tanto los hombres como las mujeres mapuches para cubrirse, y de la palabra “eón”, que significa eterno. O sea, que el regalo que usted acaba de recibir, don Timoteo, no es más ni menos que un chamal eterno.
No muchos, sin embargo, estuvieron de acuerdo con él. Muy molesta, la asistente, reiteró:
—¡Una cama!
Y los otros:
—¡Un arbusto!…
—¡La caja de un avión!
—¡Un chamal!…
De pronto, una vocecita de niño interrumpió la pequeña discusión. Se trataba de uno de los nietos de don Timoteo.
—¡Abuelo!… ¡Abuelo!…
Pero don Timoteo hizo un gesto con el brazo —ese que se hace para espantar una mosca—, como diciendo: “No moleste, niñito, ¿no ve que esta es una cosa de grandes?”.
—¡Abuelo!… ¡Abuelo!… —insistió el muchachito.
—¡Dime!, ¿qué quieres?
—Abuelo, para saber lo que es un camaleón, ¿por qué no abres la caja?
(Ilustración: Carolina Bernal C.)