Julio Verne (1828 – 1905)
Nos internamos en el bosque en dirección al lugar de donde me había parecido ver algo que se movía, y lo que vimos nos hizo quedar inmovilizados, ¡como petrificados!
Un rebaño de animales gigantescos se acercaba hacia nosotros. Eran enormes mastodontes que en su marcha por la selva arrancaban todo lo que encontraban a su paso. Y muy cerca de ellos… ¡Un hombre!
En efecto, apoyado en el tronco de un árbol había un ser humano. ¡Gigantesco!
Sí, un gigante capaz de tener a raya a tales monstruos. Medía más de doce pies. Su cabeza tenía el tamaño de la de un búfalo, aureolada de una gran melena. En su mano llevaba un gran tronco.
Lo más prudente era huir antes de que aquel coloso antediluviano nos descubriera. Pude convencer con gran esfuerzo a mi tío…
—Tenemos que huir. Comprende que si nos ataca no llevamos armas para defendernos.