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Virginia Gutiérrez de Pineda

Virginia Gutiérrez de Pineda

La intrépida observadora del país

(El Socorro, Santander, 1921 – Bogotá, 1999)

“Ha sido una constante de mi vida académica entregar mis escasos conocimientos y limitada experiencia en beneficio de los jóvenes”.

La primera maestra de Virginia Gutiérrez de Pineda fue su abuela Gertrúdiz, a quien llamaba abuela Tui. Con ella solía pasar los días en una finca ubicada en El Socorro, municipio del departamento de Santander, donde le enseñó a leer y a escribir. Gracias a ella, también desarrolló la capacidad de aprender por sí misma.

A los seis años ingresó a una escuela rural en la que, además de iniciar la primaria, empezó a evidenciar su gran capacidad observadora: aprovechaba los descansos para dedicarse a contemplar el comportamiento de algunos insectos y luego especulaba acerca de su conducta.

Esa misma curiosidad la impulsaba a revisar la biblioteca de su padre, en la que había libros llenos de historias interesantes que ella se moría por conocer, pero aquellos, según su madre, no eran adecuados para las mujeres. Y es que el hogar de los Gutiérrez Cancino, en el que había otros 11 hijos, era muy conservador; la crianza era estricta y apegada a los mandatos de la religión católica, la cual, en esa época, determinaba cuáles libros podían leerse y cuáles no.

Ella, sin embargo, logró leer varios a escondidas, y así fue creciendo su amor por la lectura y el conocimiento en general; quería aprender todo lo que pudiera, por eso no dudó en presentarse para una beca que le permitiría terminar su bachillerato en Bogotá. Para sorpresa suya, su padre la apoyó en esta aventura que cambiaría su vida.

Al finalizar el bachillerato, se presentó a una nueva convocatoria, esta vez para convertirse en una licenciada en Ciencias Sociales y Económicas. De manera simultánea, inició estudios en el Instituto Etnológico Nacional, hoy llamado Instituto Colombiano de Antropología e Historia, pues quería ser etnógrafa, es decir, una persona dedicada al estudio y la descripción detallada de las etnias y su cultura, incluidas sus tradiciones, costumbres y comportamientos.

En este ambiente académico se sentía cómoda; le gustaba verse retada intelectualmente, debatir teorías con las que no estaba de acuerdo y encontrar los mejores argumentos para respaldar aquello que consideraba verdadero. Allí conoció a Roberto Pineda Giraldo, su compañero de investigaciones, futuro esposo y padre de sus cuatro hijos. Se reconocían como iguales, había un enorme respeto entre ambos; por eso, dice ella, alcanzaron la plenitud.

Sus primeros trabajos etnográficos fueron sobre los pueblos indígenas de los departamentos de La Guajira y el Chocó. El propósito era analizar cómo era su organización social, cuáles eran sus leyes y tradiciones familiares, qué creencias espirituales los determinaban, entre otros aspectos que los hacían, en apariencia, tan diferentes a la cultura de la que ella provenía. Ahí estaba el asunto clave, según explicaba Gutiérrez, pues se trataba de diferencia, no de inferioridad o superioridad, sino de diversidad cultural.

La medicina también era una de sus áreas de interés y en sus recorridos por el país se percató de que sus prácticas variaban según las regiones geográficas, los pueblos e, incluso, los grupos familiares, por lo que no era extraño observar métodos de curación que combinaban magia, religión y curanderismo. Tal y como lo había hecho hasta ese momento, decidió transformar su curiosidad en conocimiento y gracias a una beca se fue para Estados Unidos, donde cursó una maestría en Antropología Social y Médica.

Regresó a Colombia con el propósito de transmitir sus aprendizajes; se integró a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional y en sus clases enseñó cuáles eran los mayores obstáculos para que el país tuviera una política de salud adecuada. En esta universidad también se sumó al pregrado de Sociología, programa dedicado al estudio de las sociedades humanas y los fenómenos que ocurren en ellas. Fue una profesora exigente, incluso con ella misma; al terminar cada semestre quemaba el material con el que había trabajado, retándose a encontrar novedades para el siguiente. “Sería muy aburrido hablar siempre lo mismo, como un disco rayado”, decía. Además, siguió el ejemplo de sus profesores norteamericanos, para los que la enseñanza no era una transmisión mecánica de conocimientos, sino una forma de generar criterio para aumentar el saber.

En un congreso de sociología al que asistió en 1955, se sorprendió cuando un conferencista manifestó que Colombia era una nación católica porque las familias que la conformaban seguían los principios de esta religión. Esta afirmación, según Gutiérrez, se alejaba, por completo, de lo que había visto en sus travesías por el país. Fue así como encontró un nuevo campo de investigación: la familia, tema sobre el que escribió su obra más conocida, Familia y cultura en Colombia, en la que analizó sus estructuras, funciones y transformaciones. Posteriormente, y aprovechando sus estudios dirigidos a la familia, les dio un nuevo rumbo a sus exploraciones para concentrarse en las mujeres y su papel en la sociedad.

Además de la curiosidad, otro de sus rasgos característicos era la tenacidad. Nada en lo que decidiera poner su atención quedaba a medias. De acuerdo con una de sus colegas: “Así como en sus investigaciones de campo se metía de lleno en el alma popular, en su relación con amigos y colegas se entregaba con sencillez; sabía captar sentimientos, estimular el trabajo científico, dirigir, sugerir, apoyar, y todo con una modestia singular”.

Y es que siempre fue sencilla y reservada. Prefería estar en salones, bibliotecas y archivos que en aquellos espacios en los que otros intelectuales se reunían para exponer sus logros y felicitarse mutuamente. Ella, por el contrario, evitaba el protagonismo y se sonrojaba con los reconocimientos, aunque fueran tan merecidos como ser elegida la mujer del año en Colombia en 1967. Por eso, quizás, muchas personas no reconocieron a la mujer que, desde 2016, aparece en el billete de 10.000 pesos, luego de que el Banco de la República decidiera homenajear a seis personalidades de la cultura, la política y la ciencia del país. Una distinción que invita a descubrir la vida y obra de esta discreta señora que revolucionó el estudio de la sociedad colombiana y abrió el camino para que otras mujeres hicieran del saber un proyecto de vida.

 

(Ilustración: Carolina Bernal C.)

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