Un día, cuando Pedro Paulo estaba en su casa en Villavieja, Huila, llegaron unos extranjeros buscando a su papá para que les sirviera de guía en el Desierto de la Tatacoa. Como su papá no estaba, lo contrataron a él.
Ese día descubrió que por este trabajo le pagaban bien. También descubrió que el Desierto, que hasta ese momento había considerado como un peladero lleno de espinas, era un lugar hermoso digno de mostrar, y decidió que en el futuro iba a ser guía. Para armar los recorridos, se fue en bicicleta a explorar. Comenzó a recibir a los turistas, especialmente a los que llegaban de universidades y colegios.
A todos ellos les cuenta que el Desierto de la Tatacoa tiene 600 kilómetros que albergan una gran riqueza. En fauna tiene culebras, armadillos, conejos y 72 especies de aves; en flora, plantas espinosas como el cardón y el candelabro; en astronomía cuenta con un cielo privilegiado donde son visibles 88 constelaciones. Tiene también una población de cien familias de pastores, con el sentido del oído muy aguzado, que tienen la costumbre de no contar el ganado, porque al final del día, después gritar chiquero chiquero chiquero para arrear los chivos de vuelta al corral, saben muy bien si les falta algún animal. Pedro Paulo ama su trabajo, le gusta aprender de la gente que lo visita y le gusta enseñarle lo que conoce del lugar del mundo en el que más le gusta estar.