Cocinar es cuidar de los demás; es un gesto de generosidad y hospitalidad. Cuando cocinamos convertimos los pensamientos en alimentos, en dar y recibir. El simple acto de comer juntos es una experiencia profunda: si compartimos los alimentos, compartimos energía. Esta energía viaja de un estado a otro, transformándose continuamente. Cuando comemos, nosotros también nos transformamos: al consumir la comida y su energía, absorbemos las riquezas del mundo natural.
En la cocina habita el alma del hogar. Allí conviven el fuego que transforma los alimentos, el amor de las personas que los preparan y la sonrisa de quienes los disfrutan.
La cocina está llena de sabores y olores que nos recuerdan momentos felices y nos reconfortan el alma. Olores como el de los jugos recién preparados, las arepas con quesito, los huevos revueltos o fritos, el pan caliente con mermelada, el chocolate o el tinto con aguapanela son el impulso perfecto para comenzar un buen día de estudio o trabajo. Así como el día avanza, las ollas, las sartenes y las pailas se van preparando para cocinar los platos a la hora de comer: sancochos, sudados, guisos, sopas, ensaladas, carnes, arroces, papas, postres y jugos de frutas que alimentarán a los comensales.
Las cocinas son espacios de creación y libertad, donde podemos demostrar amor a nuestra familia e invitados mediante la preparación de deliciosos y variados platos, utilizando las plantas de la huerta. Con un poco de imaginación, y siguiendo estos pasos, las cocinas de nuestros hogares pueden convertirse en un lugar de encuentro, unión y bienestar para todos. Solo debemos atrevernos a explorar y experimentar.
Cada una de estas recetas ha sido seleccionada por su sabor, por ser parte de la cocina de nuestros abuelos, y por contener alguna de las plantas que aparecen en el fichero de este libro. Estas son plantas que pueden ser cultivadas en la huerta familiar.