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La inteligente hija del campesino

La inteligente hija del campesino

Jacob y Wilhelm Grimm

 

Este es el cuento de un campesino que no tenía tierra para trabajar. Solo tenía una casita y una hija. Un día, el padre le dijo a la muchacha:

—Deberíamos pedirle a nuestro amo, el rey, que nos dé un pedazo de tierra para trabajar.

Llegaron hasta el palacio y le contaron al rey de su pobreza y de su deseo de trabajar la tierra. Él, atendiendo su pedido, les regaló un pequeño terreno en medio del valle, donde padre e hija sembraron trigo y algunos frutales. Cuando ya tenían cultivado casi todo el campo, encontraron en la tierra un pilón de oro puro.

—Oye —le dijo el padre a la muchacha—, como nuestro amo, el rey, ha sido tan generoso y nos ha regalado este campo, podríamos darle el pilón en agradecimiento.

La muchacha no estuvo de acuerdo y le dijo:

—Padre, mejor busquemos el mazo del pilón. Así le entregamos ambas cosas.

Pero él no hizo caso, cogió el pilón y se lo llevó al rey, diciéndole que se lo daba en señal de agradecimiento y respeto. El rey cogió el pilón y preguntó:

—¿Y el mazo? ¿De qué me sirve un pilón sin el mazo?

—Mi amo, solo he encontrado el pilón.

El rey no creyó lo que el campesino le dijo y ordenó que lo llevaran a la cárcel, en donde debería permanecer todo el tiempo que fuera necesario hasta que su hija llevara el mazo de oro.

El campesino repetía, quejándose de su suerte:

—¡Ay, ay! Si hubiera escuchado los consejos de mi hija. Ay, si hubiera atendido sus razones no estaría yo aquí, preso a pan y agua.

Los guardias, que lo oían quejarse y gritar, se lo contaron a los sirvientes, los sirvientes se lo contaron al cocinero, el cocinero al paje y el paje se lo contó al rey.

El rey mandó a traer al campesino a su presencia.

—¿Por qué te lamentas de esa forma? ¿Por qué debías haber escuchado los consejos de tu hija?

—Porque ella me advirtió que no debía traerle el pilón de oro hasta que no encontráramos el mazo del pilón, y así le traeríamos ambas cosas.

—Veo que tienes una hija muy inteligente —dijo el rey, y mandó a sus sirvientes a que la trajeran al palacio. Así pues, la hija se presentó ante el rey, que al verla tan alegre y despierta, le propuso resolver un acertijo para comprobar si era tan inteligente como parecía. Si lo resolvía, se casaría con ella. Ella aceptó el reto. Entonces el rey le dijo:

—Ven a verme, ni vestida ni desnuda, ni a caballo ni en coche, ni por el camino ni fuera del camino, y si sabes hacer todo esto, me casaré contigo.

Ella se marchó y se desnudó totalmente: así no estaba vestida. Cogió una gran red de pescar y se envolvió en ella: así no estaba desnuda. Luego alquiló un asno y le ató la cola a la red, de modo que tuviera que arrastrarla: así ella no iba ni a caballo ni en coche. Finalmente, el asno la llevaba por el camino, pero ella solo pisaba el suelo con un pie, mientras que con el otro pisaba la zanja de la orilla: así no estaba ni en el camino ni fuera del camino.

Así, se presentó ante el rey, que quedó muy complacido porque ella había resuelto el acertijo. El rey ordenó entonces sacar al padre de la cárcel, la tomó a ella por esposa y le pidió que administrara todos los bienes reales.

Pasaron unos años hasta que un día dos campesinos, después de un ajetreado día de mercado, se detuvieron con sus carretas a descansar frente al palacio.

Uno de los campesinos traía dos caballos para tirar de su carreta y, además, una yegua con un potrico. El otro solo traía bueyes para tirar de su carreta.  En un descuido, el potrico fue a parar junto a los bueyes. Los campesinos comenzaron a pelearse por el potrico: el dueño de los bueyes quería quedarse con él, alegando que lo habían parido los bueyes. El otro decía que no, que lo había parido su yegua y que era suyo.

La pelea llegó a oídos del rey, y este, luego de analizar los hechos, sentenció que el potrico debía quedarse donde estaba. Así, el campesino de los bueyes se quedó con él, aunque no le pertenecía.

El otro, aburrido, se marchó pensando en qué debía hacer para recuperar su potro, y pronto se le ocurrió presentarse ante la mujer del rey, de quien había oído decir que era sabia y justa. Entonces se acercó al palacio y pidió audiencia con la reina.

—Si me prometes no descubrirme ante el rey —dijo ella—, te diré lo que tienes que hacer. Mañana por la mañana, en el desfile, hazte en medio de un lugar seco por el que pase el rey. Coge una gran red de pescar y haz como si pescaras, y saca los peces de las redes, como si las tuvieras llenas.

También le dijo lo que tenía que responder si el rey le preguntaba algo.

A la mañana siguiente, estaba el campesino pescando en un lugar seco cuando el rey pasó por allí, lo vio y envió a su mensajero a preguntarle qué hacía.

—Buen hombre, mi amo, el rey, manda a preguntar si no es una locura pescar en seco.

Este le contestó:

—Pues dígale a su amo, el rey, que así como dos bueyes pueden parir un potro, así también yo puedo pescar en seco.

El emisario llevó la respuesta al rey y este creyó reconocer esa manera de razonar.

—¿Quién te ha dado todas esas ideas? —le preguntó el rey.

—Nadie, ha sido idea mía —respondió el hombre.

Pero tanto le insistió el rey, que el hombre acabó por confesar que se lo había dicho la reina.

Cuando el rey llegó al palacio, le dijo a su mujer:

—¿Por qué has querido engañarme? No te quiero más por esposa. Vuelve al lugar de donde viniste.

Sin embargo, como despedida, el rey le concedió un deseo.

—Puedes llevarte de este palacio lo que sea más querido y mejor para ti.

—Sí, querido esposo —dijo ella—, pero déjame, antes, hacer un brindis de despedida.

La reina mandó a uno de sus sirvientes a que le trajera un fuerte bebedizo para brindar. El rey se echó un buen trago y ella bebió solo un poco. Cuando el rey se sumió en un sueño profundo, ella llamó al sirviente, que cogió una hermosa tela de lino blanco para envolverlo.

El sirviente lo llevó hasta la puerta y ella se lo llevó en un carruaje hasta su casa, y lo acostó en su cama, donde durmió día y noche. Cuando el rey se despertó, miró a su alrededor y dijo:

—¡Dios mío! ¿Dónde estoy? ¿A dónde me han traído?

El rey llamó a sus sirvientes, pero no había nadie. Su mujer se acercó a la cama y le dijo:

—Querido señor, me has autorizado a traerme lo más querido y mejor del palacio, y como no tengo nada más querido ni mejor que tú, te he traído conmigo.

Al rey se le llenaron los ojos de lágrimas, y al mismo tiempo se reía.

—Querida, volveremos a vivir juntos. Definitivamente nadie puede con la inteligente esposa del rey.

Y hoy siguen felices, viviendo en el palacio, gobernando con inteligencia y sabiduría.

 

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Ilustraciones: Nelson Andrés Correa L.

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