Pica tu macho, Manuel,
y recoge tu sombrero,
vámonos que va a llover
y el camino es culebrero.
Sobre los llanos, la palma;
sobre la palma, los cielos;
sobre mi caballo, yo;
y sobre yo, mi sombrero.
Y sobre yo, mi sombrero,
se lo digo a mi mamá,
el camino es culebrero
y nos picó una mapaná.
El pájaro carpintero
le preguntó al diostedé:
“¿Con ese pico tan grande
cómo come su mercé?”.
Mi mamá me dio un consejo,
que lo repetía mi abuela:
el que tenga rabo de paja
no se arrime a la candela.
Tengo un palo en aquel alto,
es un cedro colorado,
donde cuelgo mi sombrero
cuando estoy enamorado.
De allá te mando suspiros
con un abrazo enredado,
recíbelos con amor,
desátalos con cuidado.
Las coplas que yo me sé
ninguno me las enseña,
porque yo las improviso
cuando estoy rajando leña.
Cuando ensillé mi caballo,
ella se puso a llorar,
y yo viéndola tan triste,
lo volví a desensillar.
El que va a trovar conmigo
tiene que trovar muy duro,
porque yo aprendí a trovar
con el plátano maduro.
El perro mocho del rabo
no puede cruzar el puente,
camarón que mucho duerme
se lo lleva la corriente.
Trove, trove, compañero,
aquí les vengo a trovar:
por chiquito y peligroso
me llaman el Alacrán.
Trove, trove, compañero,
no se me quede callao,
que no más dirá la gente
que lo tengo agallinao.
Trove, trove, compañero,
no se quede en los rincones,
que no más dirá la gente
que es patrón de los ratones.
Trove, trove, compañero,
no se pare en los potreros,
que no más dirá la gente
que está robando terneros.
Yo he trovado con cantores
venidos de Jericó,
échenme otro gallito
que este ya se me quitó.
Gallinazo volador,
mi caballo se ha perdido,
ayúdamelo a buscar
si no te lo habéis comido.
Anoche, a la media noche,
lloraba un garrapatero,
porque no podía sacar
las garrapatas del cuero.
Vos que sos tan poeta
y sabes tanto poetiar,
ahora me vas a decir
cuántas vueltas tiene el mar.
Las vueltas que tiene el mar
te las digo sin contar:
las mismas que tiene el trompo
cuando lo echan a bailar.
Mi mamá se llama arepa,
mi papá, maíz tostado,
y el hermanito que tengo
se llama plátano asado.
Ya se acabó la fiesta,
se fueron los forasteros,
y yo me atrevo a decir
que no van como vinieron.
Esto dijo el armadillo,
colocándose un sombrero:
“Si no fuera por la cola
qué bonito caballero”.
Voy a dar la despedida,
como la da un marinero,
con su sombrero en la mano:
“Hasta luego, compañero”.
Río abajo van mis ojos,
atájalos en el puente,
y si no déjalos ir
que van para San Vicente.
Donde canta guacharaca
también canta el loro fino;
la mujer que no se peina,
el piojo le hace camino.
Señora, véndame un pan
porque aquí vengo en ayunas,
que yo después se lo pago
cuando la rana eche plumas.
Del cielo cayó un pañuelo,
mi hermanita lo cogió,
se lo puso en la cabeza
y qué lindo le quedó.
Anoche soñé, señora,
que dos negros me mataban,
y eran tus lindos ojos
que de negros me embrujaban.
El mico le dijo al mono:
“Mirá qué rabo tenés”.
El mono le contestó:
“Y el tuyo no te lo ves”.
Cuando cortes una flor,
no le cortes el capullo,
porque ahí va mi corazón
enredado con el tuyo.
El día que me di cuenta
que tú a mí no me querías,
hasta el perro de mi casa
me miraba y se reía.
En el patio de mi casa
hay una mata de ají.
Cómo quieres que te olvide,
si naciste para mí.
Bajo por el Magdalena
y subo por el Sinú,
buscando unos ojos bellos
que solo los tienes tú.
Las horas que tiene un día
las he repartido así:
nueve soñando contigo y
quince pensando en ti.
Del árbol nace la rama,
de la rama nace la flor.
Dime tú, querido amigo,
de dónde nace el amor.
La caña, por ser la caña,
también siente su dolor,
que la metan al trapiche
y le quiebren el corazón.
Cuando pases por mi casa,
no pases por el potrero,
porque mi mamá es tan ciega
que piensa que es un ternero.
Si el cielo fuera papel
y mi corazón tintero,
no alcanzaría a escribir
lo mucho que yo te quiero.
Ayer pasé por tu casa
y me tiraste una flor.
La próxima vez que pase,
sin matera, por favor.
Ayer pasé por tu casa
y me tiraste un ladrillo.
Voy a seguir pasando
para construirte un castillo.
Ayer pasé por tu casa,
me miraste indiferente.
Las gallinas se asustaron
y el gallo arrugó la frente.
Ayer pasé por tu casa,
en tu puerta un burro había,
y creyendo que eras tú,
le dije adiós vida mía.
Ayer pasé por tu casa,
y me tiraste un limón,
el jugo cayó en mis ojos
y el golpe en mi corazón.
Subiendo cuesta arriba
con un manojo de iraca,
creyendo que era mi novia,
le dije adiós a una vaca.
Entre la noche sombría,
tus ojos negros brillaron,
y hasta los gallos cantaron,
creyendo que amanecía.
Cuando estaba chiquitico
me metí en una alacena
y un gato me iba a comer
creyendo que era rellena.
Qué alta que está la luna,
y un lucero la acompaña.
Tan triste que queda un hombre
cuando una mujer lo engaña.
Las estrellas en el cielo
todas miran hacia abajo.
Nos debemos de querer
aunque nos cueste trabajo.
Arráncame un tamarindo
y siémbrame un gualanday,
que yo no creo en las brujas,
pero que haberlas, las hay.
Cuando yo era pequeñito
me daban panela y queso,
y ahora ya grandecito
me dan con un rejo tieso.
En el patio de mi casa
hay un palo colorado
al que amarro mi caballo
cuando estoy enamorado.
Como es de bueno decir:
“Tengo caballo y montura”.
Mucho mejor presumir:
“Tengo novia en Angostura”.
En el patio de mi casa
tengo una mata de iraca
para amarrar a mi suegra
cuando amanezca verraca.
Clavelito colorado,
de la mata te cogí,
la mata quedó llorando,
como lloro yo por ti.
Por esta cañada abajo
mi sombrero va volando,
en la copa va diciendo
este amor se está acabando.
No hay mal que dure cien años,
ni cuerpo que lo resista,
ni médico que lo cure
ni doliente que lo asista.
Cuando pases por un puente,
no tomes agua del río,
ni dejes amores pendientes,
como tú dejaste el mío.
Decís que no me querés
porque no te he dado nada.
Acordate de que ayer
te di un pedazo de empanada.
Con besos de mermelada
y abrazos de mantequilla,
te envío todo mi amor
envuelto en una tortilla.
Águila que vas volando
por las orillas del Atrato,
llévame este papelito
para encender mi tabaco.
Treinta días trae noviembre
con abril, junio y septiembre.
De veintiocho solo hay uno
los demás de treinta y uno.
Allá arriba en aquel alto,
donde nace la quebrada,
había un bosque muy bonito
y el agua nunca faltaba.
Pero un hombre irresponsable
tumbó el monte y lo quemó,
ya no hay pájaros ni leña,
la cañada se secó.
La gente, al verse sin agua,
matas de monte sembró,
volvieron los pajaritos
y el agua también volvió.
Dizque mi mamá,
dizque le manda,
dizque a decir,
dizque le preste,
dizque una libra,
dizque de dulce,
dizque mañana,
dizque le paga,
dizque con otra
que usted le debe.
—Doña Carlina, que si le hace el favor
y le presta a mi mamá el hueso de calambombo
para la sustancia.
—¡Ah bueno! Yo sí se lo presto,
pero dígale a su mamá
que no lo chupe, ni que lo lamba.
Que lo meta a la olla tres veces
y me lo manda.
El lunes le dijo al martes
que fuera a casa del miércoles
y que le preguntara al jueves
que si era verdad que el viernes
le había dicho al sábado
que el domingo era día de fiesta.
Yo soy el gallo que alegre canta
entre colores de azul turquí.
Luzco mi cresta, cual amapola,
y alegre canto quiquiriquí.
Como un penacho luzco mi cola
con vivo rojo en carmesí.
Con un gritico voy penetrante
cantando alegre quiquiriquí.
Dicen que son resabiadas, ariscas y muy astutas,
maliciosas y malvadas y no las maneja ni el patas.
Mentiras… ellas tienen nobleza, son tranquilas e inteligentes
y también tienen belleza, además de ser prudentes.
Por eso es una canallada hablar mal de las mulitas,
merecen ser respetadas, ellas son almas benditas.
Mañana sábado viene el tábano
con una carta que dice así:
“Viva la polca, viva el chaleco,
el embeleco y el corbatín”.
Recuerdo la casita,
la casita en que nací,
donde cada mañanita,
por aquella ventanita,
relumbraba el sol en mí.
Dibujemos, compañeros,
el hermoso palomar,
y el verde árbol que da sombra,
y en las hojas humedad.
San Antonio, dame un novio.
San Benito, bien bonito.
San Andrés, ¡echalo pues!
San Estanislao, que traiga mercado.
Santa Ana, que tenga ruana.
San Rafael, que tenga carriel.
San Ambrosio, que tenga bozo.
San Serafín, que me ame hasta el fin.
Cuando salgas al patio de tu casa
y sientas un aire frío,
no le eches la culpa al viento,
que son los suspiros míos.
Mamá abuelita me ha dado un gatito
de ojitos azules y muy picaritos.
Cuando por las tardes me pongo a estudiar,
el pícaro gato se pone a jugar:
sube a mis rodillas, rasga mi vestido
y un arañazo me da en la mejilla.
Y a mamá abuelita los hilos le enreda
y se los saca todos de su faltriquera.
Ese gato lindo, se llama Minino,
y por sobrenombre, el gato dañino.
Semillita, semillita, que en la tierra se cayó,
dormidita, dormidita, enseguida se quedó.
“¿Dónde está la dormilona?”, un niño preguntó.
Y las flores respondieron: “Una planta ya nació”.
Allá arriba en aquel alto
tengo una pulga amarrada;
cada vez que subo y bajo,
me pica la condenada.