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Suelo vivo, piel que respira

Suelo vivo, piel que respira

El suelo se ha formado en un proceso milenario. La ciencia afirma que se requieren más de 300 años para que un trocito de roca del tamaño de un dado se convierta en suelo fértil, pacientemente transformado por el viento, la lluvia, los líquenes y las bacterias. Como una piel, el suelo está vivo, pues en él habitan millones de seres, desde microorganismos hasta lombrices, gusanos e insectos, encargados de transformar los restos vegetales y animales que caen en él para que las plantas puedan asimilar de nuevo los nutrientes. Esta vida necesita del aire para poder mantenerse: el suelo respira y recibe el oxígeno a través de las galerías que excavan sus pequeños habitantes. Y de las raíces de las plantas, que a su vez extraen nutrientes desde diferentes profundidades del suelo.

Hongos y bacterias: los transformadores

Unos seres producen alimento, otros lo consumen y un tercer grupo transforma los desechos para que sus componentes puedan reintegrarse a la red de la vida. Estos últimos son los llamados descomponedores, entre los cuales se cuentan los hongos y las bacterias que transforman los residuos orgánicos y las aguas servidas provenientes de la casa y de los corrales. De ahí que sea tan importante tener en la finca lugares especiales para transformar el estiércol, los residuos de vegetales y animales, en abono. Todo es parte del ciclo de la vida del cual participamos. Así como hay un amanecer y un atardecer, y pasan los días, los meses y los años, también nosotros estamos sujetos al paso del tiempo. Un día nacimos, cruzamos por los caminos de la infancia, de la madurez y luego de la vejez. Muchos seres dieron su vida para que, en forma de alimento, nosotros pudiéramos completar nuestro propio ciclo de vida. Somos responsables de que otros puedan también cumplir el suyo en el futuro, y eso será posible si amamos y cuidamos el entorno que hoy nos sostiene.

 

 

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